Elena, linaje de artesanas de palma

*Desde Santa Inés Ahuatempan aprendió a hacer petates, tapetes, sopladoras y figuras de palma, un arte que ve a punto de desaparecer

Guadalupe Juárez

Puebla, Pue.- Elena es originaria de una tierra conocida como la “orilla del encinar”, en realidad, es de Santa Inés Ahuatempan, un municipio enclavado en la mixteca poblana, donde tejer la palma se vuelve una actividad como cepillarse el cabello o respirar.

Desde niña aprendió a hacer petates, tapetes, sopladoras y figuras de palma. Se casó, se mudó a otro estado y ya en su vejez, regresó a su tierra y siguió haciendo las artesanías que distinguen a su comunidad en todo el estado. Ahora tiene 76 años de edad.

Cree que aprender a tejer la palma es una actividad que pronto va a desaparecer, que sólo la gente de su edad hace y que si llegan a morir, las artesanías de este material morirán con ellos.

“Todos los que hacían la artesanía ya murieron, la juventud ya no aprendió, ya no quiere. Tengo 76 años y mi familia ya no, ni mis sobrinos, nada más nos morimos nosotros y poco a poco se van a ir acabando”, lamenta, mientras sostiene las piezas que ha llevado a una exposición en la capital del estado, en la Casa de la Cultura.

Es la primera vez que sale a vender sus artesanías, Elena Miranda Alatriste suele hacer las figuras y piezas en sus tiempos libres, llega a venderlos, pero sobre todo, los regala a sus seres queridos.

“Cuando me desocupo es lo que hago, ya no los vendo, es la primera vez que vengo, vendo uno que otro en mi casa o los regalo a mis amistades o a mi familia, lo regalo”, comparte.

Su trabajo empieza desde que sube al monte a cortar la palma, luego de eso la pone a secar dos semanas, la empieza a “rajas” o a desmenuzar –me dice—y entonces, la teje, así salen los petatitos, las sopladoras y los petates, que ahora sostiene orgullosa.

Pero algo ensombrece la sonrisa que muestra ahora, que es un trabajo mal pagado en su comunidad, a pesar de que para hacer un petate ella sola, se lleva hasta cuatro horas o dos días –lo que depende de la complejidad de la elaboración—quieren pagarle sólo 50 pesos.

En Santa Inés Ahuatempan abudan las palmas y los encinos, pero ha sido el primer material el que ha sido trabajado por  una quinta parte de sus pobladores para hacer sombreros, petates y algunos utilizan el otate, para elaborar la estructura de los alebrijes.

Inés se vuelve a sentar frente a la mesa con sus productos, espera, mientras una mujer se acerca para pedirle el precio de una canasta de 150 pesos, quien la observa, pero no se anima a llevársela. La sonrisa de Inés se convierte en una mueca, la primera experiencia como vendedora directa, pero no ha logrado vender.

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